domingo, 25 de julio de 2010



Recuerdo las peripecias que teníamos que hacer para tomar un dichoso café simplemente por el capricho de que tuviese que ser en el mismo sitio de siempre. Playeros calados de pisar entre la nieve, un frió que calaba hasta los huesos, pero todo merecía la pena: el delicioso aroma de una taza de café, la luz de una vela, música de los años 80 y la mejor compañía posible.

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